La ciencia de los errores o por qué equivocarse es bueno para el cerebro

En su nuevo libro Mente sin límites, Jo Boaler muestra a través de diversos estudios científicos recientes y de su experiencia como docente en la Universidad de Stanford cómo el cerebro es mucho más plástico de lo que suele pensarse en el mundo educativo. Ante la idea del “cerebro fijo”, que separa a las personas entre las que tienen aptitudes y las que no, Boaler plantea otro paradigma, en el cual, gracias al aprendizaje y, en especial, al esfuerzo plagado de errores que tiene todo proceso de formación, podemos superar nuestras propias barreras y desarrollar nuestras aptitudes mucho más allá de lo que nos habían dicho que era posible.

  • Jo Boaler es profesora de educación e igualdad en la Universidad de Stanford y directora de youcubed, un recurso educativo que ha llegado a más de 230 millones de estudiantes. Es creadora del primer “curso online masivo abierto” sobre enseñanza de las matemáticas, así como autora de nueve libros de matemáticas y numerosos artículos de investigación. Su trabajo ha sido publicado en el New York Times, Time, The Telegraph o el Wall Street Journal. Fue designada por la BBC como una de las ocho educadoras que «han cambiado el rostro de la educación».

Me percaté por primera vez del impacto positivo de los errores cuando organizaba un taller para profesores y se unió a nosotros Carol Dweck, pionera en la investigación de la mentalidad. El nutrido grupo de profesores que asistieron al taller aquel día escucharon atentamente a Carol. Ella les dijo que, cada vez que cometemos errores, se disparan las sinapsis cerebrales, lo que nos indica que el cerebro crece. Todos los profesores presentes en la sala se quedaron sorprendidos, puesto que habían trabajado hasta entonces con la premisa de que hay que evitar las equivocaciones. Carol se basaba en un estudio que investigaba la respuesta del cerebro cuando nos equivocamos, prestando atención, sobre todo, a las diferentes maneras en que reacciona el cerebro en el caso de que la persona tenga una mentalidad fija o, por el contrario, una mentalidad de crecimiento. [1]

Jason Moser y sus colegas ampliaron el trabajo de Carol investigando la respuesta del cerebro cuando nos equivocamos. Y lo que descubrieron fue asombroso. Pidieron a los participantes en el estudio que llevasen a cabo algunas pruebas mientras monitoreaban su cerebro con la tecnología de resonancia magnética, analizando los datos cuando las personas conseguían responder de modo correcto a las preguntas o bien cuando lo hacían erróneamente. Los investigadores observaron que, cuando los sujetos se equivocaban, su cerebro se activaba, crecía y se fortalecía en mayor medida que cuando la persona trabajaba de forma correcta. [2]

Los neurocientíficos están de acuerdo ahora en que los errores contribuyen de manera positiva a fortalecer las vías neuronales.

Esta clave de aprendizaje es muy importante porque la mayoría de los profesores prepara sus clases de manera que todo el mundo tenga éxito. Los currículos educativos y los libros de texto están diseñados con preguntas sencillas y poco estimulantes, para que los alumnos obtengan un alto porcentaje de respuestas correctas. La creencia común es que lograr una mayoría de respuestas correctas los motivará a tratar de conseguir éxitos mayores. Este es el problema, sin embargo. Responder correctamente a las preguntas no es un buen ejercicio cerebral.

Para que los alumnos experimenten el crecimiento, necesitan trabajar en preguntas que los desafíen, preguntas que los lleven al límite de su comprensión. Y necesitan trabajar en ellas en un ambiente que aprecie los errores y los lleve a cobrar conciencia de sus beneficios. Este último punto es fundamental. Para fomentar los errores, el trabajo no solo debe ser desafiante, sino que el ambiente también debe ser alentador, de manera que los alumnos no experimenten el desafío o la dificultad como si se tratase de un elemento disuasorio. Ambos componentes necesitan coordinarse para crear una experiencia ideal de aprendizaje.

El autor Daniel Coyle ha estudiado los «viveros de talento», es decir, lugares con una proporción superior a la normal de personas de alto nivel académico, concluyendo que este no proviene de habilidad natural alguna, sino más bien de un tipo especial de trabajo y de práctica. Al analizar diferentes casos de individuos que destacan en el aprendizaje de la música, los deportes y distintas materias académicas, su investigación pone de relieve que todos los que alcanzaron los mejores resultados llevaron a cabo un tipo particular de entrenamiento que propició que las vías cerebrales se recubriesen con mielina.

Nuestro cerebro funciona mediante una red interconectada de fibras nerviosas (entre las que se incluyen las neuronas), y la mielina es un tipo de aislamiento que envuelve las fibras y aumenta la precisión, la velocidad y la intensidad de la señal. Cuando volvemos a visitar una idea o pateamos un balón de fútbol, la mielina recubre las vías neuronales implicadas, optimizando circuitos específicos y haciendo que nuestros movimientos y pensamientos sean más fluidos y eficientes en el futuro. La mielina es vital para el proceso de aprendizaje. La mayor parte del aprendizaje insume tiempo, y la mielina contribuye a este proceso reforzando las señales y fortaleciendo poco a poco los circuitos adecuados. Coyle aporta una serie de ejemplos de matemáticos, golfistas, futbolistas y pianistas de alto nivel que se ejercitan en su oficio y describe el papel que desempeña la mielina al envolver con capas de aislamiento los circuitos neuronales correspondientes. Él define a los expertos diciendo de ellos que es como si tuvieran «vías megaeficaces», envueltas por varias capas de mielina, lo que los torna sumamente efectivos.

Entonces, ¿cómo podemos desarrollar las demás personas estas «vías megaeficaces»? Esto solo ocurre cuando la gente trabaja al límite de su comprensión, cometiendo error tras error en circunstancias difíciles, corrigiendo las equivocaciones, avanzando, cometiendo más errores y esforzándose constantemente con el material difícil.

Coyle comienza su libro con una interesante historia de aprendizaje en la que describe el caso de una niña de trece años, llamada Clarissa, que estaba aprendiendo a tocar el clarinete. Clarissa —nos dice— no tiene «talento» musical, carece de «buen oído» y solo tiene un sentido promedio del ritmo y una motivación mediocre, aunque se hizo famosa en los círculos musicales porque logró acelerar su aprendizaje un promedio de diez veces, según cálculos de los psicólogos musicales. Esta asombrosa proeza de aprendizaje fue grabada en vídeo y estudiada por expertos en música. Coyle describe cómo, al visionar el vídeo de Clarissa practicando, sugirió que se le diese el título de «La chica que redujo a seis minutos un mes de práctica». Él describe la sesión de práctica de esta manera:

Clarissa inspira y toca dos notas. Entonces se detiene. Aparta el clarinete de los labios y, con los ojos entornados, mira fijamente el papel. Toca siete notas más, la frase inicial de la canción. Se equivoca en la última nota y se detiene de inmediato, apartando otra vez el clarinete de sus labios [...]. Empieza de nuevo y toca el riff desde el principio, progresando unas cuantas notas más allá y equivocándose de nuevo en la última nota, retrocediendo y corrigiendo el error. La obertura empieza a encajar: las notas tienen brío y sentimiento. Cuando termina esta frase, se detiene otra vez durante seis largos segundos, pareciendo que la está repitiendo en su mente y moviendo los dedos por el clarinete mientras piensa. Se inclina hacia delante, respira y vuelve a empezar.

Suena bastante mal. No es música, sino un conjunto de notas rotas, irregulares y lentas, plagado de paradas y equivocaciones. El sentido común nos induciría a creer que Clarissa está fracasando. Pero, en este caso, el sentido común se equivoca completamente. [3]

Un experto en música que visionó el vídeo comentó que el ejercicio de Clarissa era «increíble» y que «si alguien pudiese envasarlo, valdría millones». Por su parte, Coyle señala: «Esta no es una práctica ordinaria. Es otra cosa: un proceso muy específico, centrado en los errores, que crece y se construye. La canción comienza a emerger y, con ella, una nueva cualidad dentro de Clarissa». [4]

Coyle afirma que, en cada uno de los casos de aprendizaje revisados por él, los alumnos «aprovechan un mecanismo neuronal en el que ciertos patrones de práctica selectiva contribuyen a fortalecer la competencia. Sin darse cuenta, acceden a una zona de aprendizaje acelerado que, si bien no puede ser encapsulado, resulta accesible para aquellos que saben cómo ponerlo en práctica. En resumen, han descifrado el código del talento». [5]

Una de las características más importantes del aprendizaje altamente eficaz que terminamos de describir es la presencia de los errores y el papel del esfuerzo y las equivocaciones en la transformación de los principiantes en expertos. Esto concuerda con la investigación del cerebro, la cual muestra un aumento en la actividad cerebral cuando las personas se esfuerzan y se equivocan y una disminución de esa actividad cuando trabajan correctamente. [6]

Por desgracia, la mayoría de los alumnos piensa que siempre deben trabajar correctamente, siendo muchos los que sienten que, si cometen errores o experimentan dificultades, no son buenos alumnos, cuando esto es lo mejor que podría sucederles.

La práctica es importante para el desarrollo de cualquier conocimiento o habilidad. Anders Ericsson ayudó al mundo a entender la naturaleza del rendimiento óptimo al descubrir que la mayoría de los expertos de talla mundial —pianistas, ajedrecistas, novelistas, atletas— practicaron durante unas 10.000 horas a lo largo de 20 años. También constató que su éxito no estaba relacionado con los test de inteligencia, sino con la cantidad de «práctica deliberada» que habían llevado a cabo. [7]

Es importante subrayar que, aunque la gente tiene éxito porque se esfuerza mucho, las personas que llegan a convertirse en expertos se esfuerzan mucho de la manera correcta. Son varios los investigadores que describen la práctica eficaz del mismo modo: personas que alcanzan el límite de su comprensión y que cometen errores, los corrigen y siguen adelante.

Notas

1. J.A. Mangels, et al., «Why Do Beliefs About Intelligence Influence Learning Success? A Social Cognitive Neuroscience Model», Social Cognitive and Affective Neuroscience, 1/2, 2006, págs. 75-86, http://academic.oup.com/ scan/article/1/2/75/2362769.

2. J.S. Moser et al., op. cit.

3. Daniel Coyle, op. cit., págs. 2-3.

4. Ibid., págs. 3-4.

5. Ibid., pág. 5.

6. J.S. Moser et al., op. cit.

7. Anders Ericsson y Robert Pool, Peak: Secrets from the New Science of Expertise. Nueva York: Houghton Mifflin Harcourt, 2016, pág. 75.

Anterior
Anterior

5 citas de Tich Nhat Hanh para encontrar el sosiego

Siguiente
Siguiente

Las manos, "herramientas del alma"