El Buda Rebelde: Lidiar con el deseo

Una reflexión acerca de los claroscuros del deseo en relación a la felicidad duradera. ¿Cuándo el desear intensamente algo puede convertirse en una trampa para nosotros mismos? Dzogchen Ponlop Rinpoché comparte en este fragmento de su libro El Buda rebelde cómo se consideran el deseo y el apego desde la perspectiva budista, pero enfocado a cómo pensamos en ambos desde Occidente.

El impulso se relaciona con el deseo, que es un nivel de sensación más profundo y sostenido. Es posible experimentar un sentido de deseo que se mueve libremente sin un objeto particular, pero. Una vez que el deseo tiene un objeto, queremos poseer ese objeto. Eso podría significar que solo queremos retenerlo en nuestra mente y apreciarlo durante un rato, como una bella vista desde una montaña. O podría querer decir que enloquecemos un poco y empezamos a obsesionarnos con algo, como un viaje romántico al sur de Francia.

Gran parte de lo que hacemos y decimos se basa simplemente en el deseo. Queremos algo y estiramos el brazo para agarrarlo sin pensar en las consecuencias, sin un espacio en el proceso que pudiera permitirnos advertir si es algo que en realidad queremos. Podría ser un romance nuevo, un auto nuevo o la satisfacción de venganza.

Se trata de una sensación poderosa, un tipo de hambre que ahuyenta todo pensamiento salvo el de poner algo, lo que sea, en tu boca. La primera probada es tan dulce, y estás feliz durante un momento, pero no sabes si lo que te estás tragando está podrido, es venenoso o si te va a enfermar.

El deseo es tan apremiante como ciego. Tiene el poder de intoxicar, de entusiasmarnos al mismo tiempo que reduce nuestra capacidad de pensar con claridad. Estoy seguro que conoces la sensación. El punto es que necesitamos entender cómo funciona el deseo con los mecanismos de causa y efecto. Cuando la energía del deseo se combina con la fuerza de nuestros patrones habituales, es necesario recordar nuestro otro deseo –de libertad individual– e invocar a nuestra mente de buda rebelde; de otra manera, podríamos acabar perdidos en la jungla o en bancarrota en un país extranjero.

El sufrimiento, sin embargo, no siempre es causado por algo que consideramos negativo. También puede ser el resultado de algo que nos gusta y deseamos, como la riqueza, la fama, el poder o el éxito. Toda fuente ordinaria de felicidad, si nos apegamos a ella en demasía, puede convertirse en una causa de sufrimiento. Solo basta mirar las noticias para ver cómo mucha gente termina sufriendo cada día debido a su apego a la riqueza. Ya sea que seas corredor de bolsa, traficante de drogas o ganador de la lotería, no sabes realmente si al final vas a estar riéndote o llorando. En algunos casos, tu dinero o el deseo de tenerlo podrían llevarte a la cárcel o causarte la muerte.

Podemos tener muchos tipos de felicidad ordinaria en la vida, pero es poco común que la gente esté realmente satisfecha si su felicidad depende sobre todo de cosas materiales o de las opiniones de los demás.

El príncipe Siddhartha había tenido gran riqueza y un alto rango social, pero los abandonó para buscar una verdad interna y paz mental. Las cosas que conforman nuestra felicidad ordinaria están bien en sí mismas. De hecho, es bueno tenerlas y disfrutarlas; no hay necesidad de rechazarlas. Pero existe un peligro si nuestro apego a ellas empieza a cegarnos. Ya sea que tus deseos sean de alcance modesto, como obtener un ascenso y tomar un crucero por las islas griegas o, más ambiciosos, como encargarte de la compañía y contratar el Queen Mary 2 exclusivamente para ti y unos cuantos amigos, necesitas observar tu mente para ver si en realidad estás obteniendo felicidad de esas cosas o te estás tendiendo una trampa para sufrir más.

Necesitamos ser prudentes, tener algún sentido de soltar nuestros deseos y apegos incluso mientras acumulamos lo que queremos. De otro modo, estamos perdiendo por completo el propósito de nuestro viaje; estamos acumulando las cosas que conforman nuestros sueños ordinarios y regalando nuestra libertad. A la larga, tendremos que enfrentarnos a la verdad de nuestra propia impermanencia. Sería un enorme sufrimiento darnos cuenta, justo en el momento de la muerte, que todo el trabajo que habíamos hecho, todos nuestros esfuerzos y logros, se dedicaron a cosas en las que no pudimos encontrar ninguna esencia significativa.

Con tal disposición, a continuación observamos las causas que necesitamos transformar y los métodos específicos para hacerlo. El punto importante aquí es entender que ganamos nuestra libertad, no renunciando al sufrimiento mismo, sino renunciando a sus causas. Una vez que aparece el sufrimiento, ahí está y debemos superarlo. No podemos regresar en el tiempo y cambiar las acciones que lo provocaron, del mismo modo que no podemos desplantar la semilla de la manzana que estamos sosteniendo en nuestra mano.

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