Las raíces de la práctica del yoga según Richard Freeman

En su obra El espejo del yoga, Richard Freeman se pregunta por los fundamentos de la práctica del yoga y los encuentra más allá de los valores individualistas, ya que, como él mismo afirma: «Ofrecer nuestra gratitud ante los demás nos recuerda que la mejor forma de definir el yoga es como un medio para experimentar la esencia del amor a través del vínculo.»

Vemos que todo esto fallece, como estos insectos,

los mosquitos y sus semejantes, la hierba y los árboles

que crecen y perecen. ¿Pero qué, entonces, diremos de aquellos? Existen otros, superiores, guerreros eminentes [...]

Reyes, también [...] ¿Pero qué, entonces, diremos de aquellos? Entre otras cosas, los océanos se secan, las montañas se gastan, la estrella polar se desvía, las sogas del viento

(que sujetan los astros) se cortan, la tierra se sumerge,

los dioses abandonan sus puestos. En un mundo tal

¿de qué sirve gozar de los deseos? A quien se sacia de estos placeres se lo ve retornar repetidas veces. Ten la benevolencia, entonces, de liberarme. En este Saṁsāra (ciclo de existencia), soy como un sapo en un pozo sin agua. Estimado Señor,

eres nuestro camino, eres nuestro camino.

—Maitrī Upaniṣad, I. 4

Dentro de la tradición del yoga y la cultura india en general, se utiliza muy extensamente el gesto de ofrecer saludos reverenciales a ciertas figuras (a dioses o a maestros específicos, a sensaciones corporales) para así impregnar con consciencia la experiencia del momento presente.

Estos reconocimientos sirven para recordarnos el vínculo interconectado entre todos los seres y todas las experiencias. Estos saludos permiten que la mente suelte la necesidad de saber, y también propician la disolución del ego. Al cantar a los “grandes poderes del universo”, por ejemplo, abrimos nuestra capacidad de experimentar el metapatrón interconectado del cual formamos una parte integral. Estos cantos también nos ayudan a sentir el poder que la respiración ejerce sobre nuestra mente. Nos invitan a explorar las profundidades de nuestros corazones. Es allí que empezamos a discernir el valor verdadero de la vida, aquello que realmente importa. Suele ocurrir que la gente espera hasta la hora de la muerte para rever los vínculos primarios de su vida como el marco del valor auténtico y el significado más profundo que han experimentado. Antes de enfrentarnos a nuestra muerte física, los cantos que nos ayudan a brindar nuestros saludos a la presencia de lo sagrado también nos permiten experimentar el proceso de apreciar lo que es, en lugar de buscar lo que quisiéramos que sea.

Ofrecer nuestra gratitud ante los demás nos recuerda que la mejor forma de definir el yoga es como un medio para experimentar la esencia del amor a través del vínculo. De hecho, todas las prácticas del yoga nacen, a nivel esencial, del vínculo con los demás.

En los sistemas tradicionales del yoga, el primer aspecto de la práctica se conoce como yama, o la práctica del vínculo, la cual subraya la importancia de la conexión con todos los demás como un pilar de todas las expresiones del yoga.

Los yamas son principios éticos que evolucionan del precepto primordial de ahiṁsā, o la no violencia. Him significa “matar” o “hacer daño”, y ahim significa “no matar, no hacer daño”. Quizás una traducción más precisa de ahiṁsā sea “bondad” o “amor”; podríamos considerar que estas cualidades son el epítome de la no violencia.

A través del yoga, cultivamos la capacidad de ofrecer nuestra bondad y de no dañar a los demás. Al profundizar en nuestra práctica del yoga, empezamos a notar que al dejar a un ser fuera de nuestro corazón (es decir, cuando actuamos sin bondad), experimentamos una angustia subyacente, un sufrimiento profundo que tiñe toda nuestra vida; nos lleva a sentirnos avaros y alertas, sobreprotegidos, vacíos e insatisfechos.

Por ende, la práctica inicial del yoga es la de volver a colocar todo aquello que realmente importa de nuevo en nuestros corazones. Esto se refiere a todos los seres sensibles, sean humanos o no: animales, criaturas o hasta figuras imaginarias. Cuando todos estos seres se encuentran en el centro del corazón, descubrimos que las prácticas del yoga no solamente tienen sentido, sino que son profundamente satisfactorias y también bastante fáciles de realizar. De lo contrario, cuando hemos excluido a un solo ser (por más insignificante que parezca) de nuestro corazón, la práctica del yoga esencialmente no funciona, a pesar de todos nuestros intentos. Nos deja molestos, distraídos, infelices e insatisfechos. Entonces, si practicas āsana o prāṇāyāma, si te contorsionas como un acróbata de circo o si soplas y soplas hasta ponerte azul, no podrás tomar contacto con las profundidades de tu propia experiencia o realmente practicar el yoga si has dejado a un solo ser sensible fuera del corazón. Este es el significado verdadero de ahiṁsā.

Por supuesto, podríamos entender que el sentido literal de no matar y no hacer daño significa que un practicante sincero del yoga solamente cometería actos de bondad y que se portaría exclusivamente con dulzura, pero este no es el caso. En la vida, algunas situaciones pueden surgir en las que acciones firmes, y hasta severas, se pueden interpretar como un acto de ahiṁsā. Si, por ejemplo, tu hijo fuera secuestrado y golpeado, la respuesta yóguica no sería dar un paso para atrás y dejar que la situación siga su propio desenlace o intentar razonar con el secuestrador mientras que tu hijo se desangra en la vereda. Por el contrario, ahiṁsā sugiere que uno debe implementar el discernimiento consciente en todas las situaciones que se presenten para luego actuar debidamente. En este caso, la acción apropiada sería la que protege a tu hijo y lo resguarda del daño. Sería correcto perseguir al criminal y salvar a tu hijo, haciendo todo lo que fuera necesario para que eso ocurra. Al mismo tiempo, actuarías de una forma que inflija el menor daño posible hacia el secuestrador, ya que aun así lo conservarías en tu corazón. Ahiṁsā, entonces, constituye la raíz de todos los vínculos. Cuando logramos reconciliar nuestra visión de quiénes son los demás, y de la misma forma resolvemos nuestra visión de qué y quiénes somos nosotros, las prácticas del yoga comienzan a dar sus frutos y se manifiestan naturalmente como felicidad.

En sánscrito, la palabra para la felicidad es sukha. Kha significa “espacio”: abierto, generoso, radiante.

También puede referirse a un agujero, como el agujero en el centro de un objeto. Su significa “bueno”. La palabra sukha, por ende, puede denominar un espacio positivo y abierto que se encuentra en el centro de algo. Este significado deriva del concepto de una rueda de carroza con el agujero puesto en el centro del eje, para que la carroza tenga un buen andar cuando gira la rueda.

La palabra duḥkha se traduce frecuentemente como “sufrimiento”, pero también se refiere a un “agujero malo”; esto sugiere que, si el agujero en el centro de la rueda está desalineado, el andar de la carroza va a ser incómodo e inestable. Al practicar, si el núcleo de nuestro corazón no está abierto y realmente en eje, si no irradia hacia afuera porque decidimos cerrarlo para privar a los demás, entonces nuestra práctica (y todos los aspectos de nuestra vida) no son sukha o felices.

Para nuestro pesar, nos colma el sufrimiento porque el centro de nuestro ser experimenta una sensación de duḥkha o “agujero malo”. Si, en cambio, cultivamos vínculos honestos con los demás y abrimos nuestro corazón hacia todos los seres, nos despertaremos al momento presente y a la capacidad de explorar las profundidades más recónditas de nuestras circunstancias: el centro medular de aquello que sentimos. Este es el comienzo de una gran felicidad. Pero, por supuesto, esto no es siempre tan fácil. La mente está programada para evitar, a toda costa, la realidad cruda de nuestras circunstancias, de la misma forma en que buscamos eludir el momento presente que vivimos en relación a los demás. Como en piloto automático, la mente evita lo desconocido y se aleja con determinación de la inmediatez que presenta el vínculo puro con sí misma y con los otros: la realidad del momento presente.

El desafío que muchos de nosotros encontramos en un vínculo auténtico no se limita a nuestro contexto cultural o a nuestra era.

El intento humano de evitar el vínculo parece ser una experiencia universal que trasciende cualquier época en particular. Las primeras historias del yoga, los himnos de los Vedas, nacieron de un período prehistórico y mítico.

Con ritmo poético y metáfora, cantan sobre el dilema del vínculo y su resolución en el momento presente. Desde los inicios de la tradición del yoga, miles de personas (si no millones) se han enfrentado con este problema matriz del vínculo (y del corazón abierto y radiante). Innumerables personas han cocinado esta idea; la han refinado, discutido y conversado. Estos seres han rechazado este tema para luego retomarlo; lo han practicado desde cada ángulo y bajo todas las circunstancias imaginables. Lentamente, mediante la evolución de las escuelas de pensamiento y experimentación, se han formado las tradiciones del yoga. Por ende, el yoga no es una cosa única que se puede expresar fácilmente en palabras, cuyo significado puede abarcar su gran multiplicidad. Al contrario, representa la condensación y evolución de miles de significados diferentes, de innumerables experimentos de la consciencia, una infinidad de interpretaciones acerca de las posibles tramas del vínculo y una cantidad ilimitada de visiones y sistemas religiosos. Todas estas variaciones se han encontrado para digerir y sintetizar sus ideas diversas.

Hoy tenemos la gran suerte de contar con la experiencia de millones de personas que han explorado las profundidades de sus corazones y, como resultado de esta búsqueda, han concebido el yoga como una herramienta para indagar en el corazón de la realidad.

Un hilo conductor que une muchas escuelas del yoga demuestra que este proceso se inicia con una comprensión arraigada y visceral de la transitoriedad de todas las cosas. Esto comienza con la aceptación de que no solo todos nuestros cuerpos resultan ser eventos extremadamente temporales, sino que ocurre lo mismo con todos los cuerpos de todos los otros seres sensibles, así como pasa con todas las variantes del mundo manifestado. Es muy natural que nos inspire temor permitir que la mente se disuelva en el hecho obvio de que no solamente nosotros nos vamos a morir, sino que nuestros hijos también se van a morir, así como los hijos de nuestros hijos. Nos enfrentamos con el hecho de que nuestros padres se van a morir o que ya se han muerto, con la misma inexorabilidad que sus padres y ancestros ya se murieron. Todos estos seres (del pasado, presente y el futuro ilimitado) se van a morir.

Como si fuera poco, las circunstancias en las que todos estos seres han vivido, en conjunto con los entornos que han creado, son todos temporales. De hecho, el mismo planeta que habitamos es un evento extremadamente transitorio. El universo puede tener catorce mil millones de años, pero aunque perdure durante un trillón de años más, todo eso será un parpadeo en el marco potencial del tiempo infinito. Estas ideas son casi una obviedad, y podemos ver cómo nuestras mentes se desarman al seguir estas corrientes del pensamiento, pero ¿cuán seguido nos permitimos tomar contacto realmente con este hecho tan evidente?

Las enseñanzas del yoga parten desde la comprensión de que lo que nos toca vivir (en relación al cuerpo, nuestras circunstancias y el entorno general) es bastante desolador.

Al aferrarnos a algo que básicamente está hecho de arena, cultivamos la desilusión y la frustración. Invitamos al sufrimiento. Esto puede inspirar a algunas personas a pensar que la tradición del yoga es muy pesimista o deprimente, ya que la única parte de las enseñanzas que escuchan es que todos estamos sujetos al nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte. De hecho, incluso si llevas una buena vida, si comes únicamente alimentos oficialmente orgánicos, haces ejercicio y realizas tu práctica diaria del yoga, incluso si logras caer en un trance profundo con tan solo un chasquido de los dedos, aun así, vas a morir. Y dentro de un millón de años, o más bien dentro de diez años, nadie recordará tus grandes logros. Esto suena como una propuesta bastante negativa para la mente que busca continuamente la seguridad, aferrándose a formas que se esfuman de inmediato.

Pero, cuando empezamos a comprender la naturaleza de la transitoriedad y la envergadura universal del sufrimiento, su impacto nos puede enraizar y liberar.

Descubrimos que reconocer y asimilar los discernimientos que nos otorga la visión de la cualidad temporal de todas las cosas nos permite iniciar una investigación profunda en la práctica del yoga y, más importante, en la experiencia directa del momento presente. Las enseñanzas fundamentales de todas las tradiciones antiguas del yoga reúnen una exploración minuciosa de la naturaleza temporal de todos los fenómenos manifestados, en conjunto con el acto de indagar sobre nuestra existencia y el propósito de la vida para luego experimentar la esencia real de lo que ofrece el momento presente.

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