La experiencia del buentrato: prácticas sencillas

El buentrato está directamente relacionado en el cómo uno se relaciona consigo mismo y con los demás, de una manera positiva y sana. En este fragmento de su libro, Fina Sanz explora diversas prácticas sencillas de buentrato basadas en su experiencia como pedagoga y psicoterapeuta, que incluyen tanto el cuidado de uno mismo como el cuidado en nuestras relaciones sociales y familiares.

Para empezar a entender y practicar en la vida cotidiana lo que es el buentrato, enseño en los grupos unas prácticas muy sencillas que llevamos a cabo durante toda la formación o proceso grupal, y que ya describí en el libro Los vínculos amorosos.[1] Voy a citar tan solo las tres prácticas más sencillas:

1. Aprender a cuidarse

2. El desarrollo del cuidado mutuo

3. La construcción de una familia afectiva

Aprender a cuidarse: Es el buen trato en la dimensión personal, individual, interna. Implica el reconocimiento de una/o misma/o, el derecho a estar bien, al bienestar. Para ello hay que aprender a escucharse, escuchar el cuerpo, las sensaciones, las emociones, los pensamientos; distinguir las sensa- ciones de bienestar y de malestar y hacer un compromiso personal por el bienestar.

Evidentemente, no siempre en la vida se puede. Hay situaciones difíciles que en ocasiones tenemos que afrontar y atravesar, como por ejemplo, las pérdidas, despedidas, o enfermedades. Pero en aquello en que podamos decidir e incidir en nuestro bienestar, nos comprometemos a ello.

Como una cosa es la teoría y otra la práctica, aunque en la teoría lo tengamos claro, hay que practicarlo en el día a día. De ahí que incorporemos un ejercicio que se llama el «Regalo» y que tiene que ver con el autocuidado. Se propone que en el plazo de una semana –cuando la secuencia de sesiones es semanal–, en algún momento, la persona se escuche y piense «¿Qué me apetece en estos momentos?». Y al imaginarlo, sienta el placer, el bienestar que le genera; que se conceda eso que le apetece y sienta el placer de concedérselo. Y posteriormente, se sienta bien de habérselo concedido.

Se reconocen tres momentos de bienestar: en el antes (al imaginarlo), en el durante (en el acto), y en el después (el reconocimiento de que asumo la responsabilidad de procurarme cosas que me generen bienestar y de disfrutarlas).

En esta práctica hay solo dos condiciones:

a) Que lo que me «regalo» dependa exclusivamente de mí y que sea solo para mí.

b) Que me repercuta positivamente, que no me haga daño.

En ese sentido, es tenerme en cuenta, y optar por aquello que pueda decidir y que me genere bienestar, teniendo presente la realidad –posibilidades–, y no confundirme con darme algo que sea un «regalo envenenado». Por ejemplo, fumar porque me gusta y me relaja pero sé que me sienta mal, o comprarme algo sin pensar en el dinero que objetivamente me puedo gastar, lo cual me podría causar luego problemas económicos. Solo se entiende por regalo aquello que sé que es bueno para mí, que es posible, y que puedo decidir.[2] Esta práctica se va aprendiendo a hacer gradualmente, prestando atención a nuestras pequeñas decisiones de la vida cotidiana.

Se trata de aprender a escucharnos personalmente, reconocer sensaciones de bienestar y procurarnos estar bien en la medida de lo posible.

Los «regalos» o «cuidados» que nos hacemos son cosas sencillas; pueden ser materiales o espirituales.

Aunque esta práctica parece muy sencilla, incluso obvia, es interesante ver cómo genera resistencias el tenerse en cuenta, el tratarse bien. A la semana siguiente, revisamos qué «regalos» se han hecho, y la mayoría de las personas no se han regalado nada. Las respuestas más usuales suelen ser:

  • «No me he acordado».

  • «No he tenido tiempo».

Esto es especialmente frecuente en las mujeres y tiene que ver con un aprendizaje de género. ¿Cómo es posible que en el plazo de una semana no hayan pensado ni unos segundos en sí mismas, ni se hayan dedicado un rato a sí mismas, con conciencia de tratarse bien?

Las mujeres aprenden, frecuentemente, a no tenerse en cuenta, a que lo importante son los demás –hijos e hijas, pareja...–. En última instancia, se aprende la desvalorización. También se asocia el autocuidado al egoísmo, como cuando nos percibimos como generosas –algo que aprende la mujer, desde el mandato de género, es a dar, a nutrir a los demás–, por lo que el autocuidado se puede percibir como algo negativo.

Finalmente, suele haber alguna persona que dice que no se ha hecho ningún regalo, específicamente, porque lo que quiere se lo compra; cabe argumentar, en este último caso, que comprarse cosas no es buentrato, es consumismo, y muchas veces es un comportamiento compulsivo.

El buentrato es la práctica, consciente, de hacernos cargo de nuestro propio bienestar a través de cosas pequeñas, que dependen de nosotras/os, y agradecerlas y agradecernos el propio cuidado.

Poco a poco, las personas de los grupos van entendiendo la propuesta y empiezan a hacerse cargo de sus «cuidados»:

  • Hoy he decidido que en vez de una ducha rápida en cinco minutos, me he duchado tranquilamente, sintiendo el placer del jabón y del agua en el cuerpo.

  • Me he regalado un pequeño paseo.

  • Cuando me he dado cuenta de que estaba cansada, he decidido descansar un rato.

  • Me fui al cine.

  • Me senté a leer, que hacía mucho que no lo hacía.

  • Llamé por teléfono a mi madre para charlar un rato con ella...

  • Salí con mi pareja a pasear...

Y así, van dándose cuenta de que pueden hacer pequeñas cosas para sentirse bien, o simplemente permitirse el estar bien.

De los ejemplos que he puesto anteriormente, y que suelen ser frecuentes, hay que señalar que los dos últimos, aunque puedan reconocer el placer que les genera el hablar con la madre o pasear con la pareja, no entrarían específicamente en ese apartado del autocuidado porque no dependen únicamente de sí misma/o, sino de otra persona: de que la madre desee también hablar, o la pareja desee también pasear... Por tanto, esos ejemplos, que generan además placer y bienestar, entrarían en otro apartado muy importante de buentrato relacional: el cuidado mutuo.

El desarrollo del cuidado mutuo.[3] Aprender a cuidarse personalmente y a tratarse bien es imprescindible para el buentrato, pero también lo es el ejercitarlo en las relaciones (dimensión relacional). Es una manera de dar placer y recibir placer, de introducir la práctica del bienestar en las relaciones. Todas las personas merecemos tratarnos con respeto y cariño y que se nos preste atención y cuidado. Para ello, introducimos una práctica que se llama «Cuidadores/as y cuida- das/os», en donde sistemáticamente una parte del grupo –dos o tres personas– cuida a la otra parte del grupo.

Las personas que cuidan, aprenden –como en la práctica anterior– a disfrutar del goce de cuidar en tres momentos:

• En el antes de cuidar, es decir, en la imaginación –«¿Qué de lo que me gusta creo que podría gustarle al grupo, podríamos disfrutar conjuntamente?»–. No se trata de dar solo lo que a mí me gusta sin pensar en las otras personas; tampoco en dar a los demás lo que les gusta aunque a mí no me guste. Se trata de compartir el placer; ofrecer algo que podamos disfrutar conjuntamente.

Además de imaginarlo, lo concretamos: a veces es algo que compramos –por ejemplo, algo de comida para compartir, o un pequeño detalle...–, a veces es algo que hacemos personalmente de manera artesanal, como un pastel, un dibujo, un texto que escribimos... Se disfruta pensando en la alegría que va a causar a las otras personas.

  • En el durante; es decir, disfrutamos cuando cuidamos, viendo la alegría y el placer que hemos procurado.

  • En el después, sintiendo cómo hemos acertado, empatizado, y sintiendo también el placer que genera el agradecimiento de los demás porque se han sentido cuidadas/os.

Todas las personas rotan los roles, es decir, las personas que son cuidadas aprenden también a cuidar; se desarrolla el disfrute de cuidar y de ser cuidadas/os, dos formas de placer que se nutren mutuamente.

Los «cuidados» o «regalos» al grupo pueden ser, como siempre, materiales o espirituales.

Esta práctica que combina roles aprender a cuidar, a dejarse cuidar, disfrutar del cuidado mutuo–, en la medida en que se integra en el grupo, se extiende a la vida cotidiana, aplicándola –evidentemente, no de igual manera– en la familia, en las amistades, pareja...; en la práctica y en la filosofía de placer que genera el cuidado mutuo, en el preocuparnos mutuamente por nuestro bienestar y sentir que el buen trato genera buentrato como práctica de vida.

La construcción de una familia afectiva. La familia afectiva es ese núcleo de personas a las que amamos, por quienes nos sentimos amadas y con quienes vamos estableciendo lazos afectivos a lo largo de nuestra vida[4] (dimensión social).

Las personas nacemos en una familia biológica, con la que vivimos de una manera más fácil o difícil. ¿Por qué hemos nacido en esa familia? Sea como sea, la familia, nuestra historia con y en la familia, nos obliga a transformarnos, a integrar experiencias, a hacer duelos, a soltar expectativas... porque nuestra familia siempre será nuestra familia, querámoslo o no. Dado que es una realidad en nuestra vida, ¿cómo resituarnos de la mejor manera posible?

Sin embargo, y al margen de nuestra tarea en relación a la familia de origen, tenemos también la opción, siempre, de crearnos una familia afectiva; de elegir, a lo largo de nuestra vida, a las personas con las que sentimos que nos desarrollamos mutuamente, con las que establecemos vínculos afectivos incondicionales y libres; la amistad entre las personas se elige, se decide, no viene impuesta.

La familia afectiva es una base, un sustento afectivo. Quizás parte de nuestra familia biológica forme parte de nuestra familia afectiva. Y si tenemos pareja, la pareja debería ser también uno de esos miembros de amistad, confianza y desarrollo mutuo, dado que si no la consideráramos como tal, podríamos preguntarnos qué tipo de vínculo tenemos, pues la pareja, al igual que las amistades, constituye un vínculo elegido.

¿Cómo trabajamos este aprendizaje en los grupos?

En primer lugar, hay que tener en cuenta que los grupos en los que trabajamos esto –en los másteres o Grupos de Crecimiento Erótico y Desarrollo Personal– duran dos años. No es un tiempo ni demasiado largo ni demasiado corto, pero suficiente para conocernos.

En segundo lugar, en el grupo podemos hablar y escucharnos sin juicios, sin rechazos, sin críticas; cada persona siente lo que siente, dice lo que siente, y eso tiene que ver con ella, con su momento vital. Podemos pensar o sentir parecido o diferente, pero cada persona es cada cual. Nos escuchamos con respeto. Pero sí que a lo largo del tiempo compartimos semejanzas y diferencias, vivimos y escuchamos de los/as demás sus emociones, sus pensamientos, vemos cómo actúan, sus dificultades, sus procesos –que pueden ser similares a los nuestros–, su manera de resolver los conflictos...

Eso genera acercamientos, personas con las que empatizamos...; y poco a poco se van creando vínculos. Aprendemos a compartir, más o menos, con cada persona. Y se va creando, grupalmente, un espacio de confianza, de respeto y de escucha. Y aprenden a encontrarse bientratados/as en ese espacio, con ese tipo de relaciones y a experimentar la sensación de tranquilidad, acogimiento y bienestar que produce.

Durante un tiempo, perciben la diferencia entre el ambiente y los vínculos relacionales, el trato, dentro del grupo, y el de fuera, el de su vida cotidiana. Y poco a poco, entienden que tienen la responsabilidad de crearse en su vida cotidiana la familia afectiva que desean, los vínculos de buentrato que generan otra manera de vivir y relacionarse.

Notas

  1. Los vínculos amorosos. Op. cit., cap. 11: «Amor y creatividad» .

  2. Ibíd., págs. 302-307.

  3. Ibíd., págs. 307-311.

  4. Ibíd., págs. 327-328.

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