Gestalt: La dimensión espiritual del darse cuenta

¿Qué relación existe entre nuestro darnos cuenta y esos otros conceptos tan llenos de resonancias como son los de mente y conciencia o, mejor, Conciencia?

Es verdad que para Fritz Perls la mente es el propio ego, con toda su carga de mecanismos aprendidos, que, librada a su propio automatismo, se descarría fácilmente. Pero nuestra mente, que es nuestro funcionamiento consciente a un primer nivel, sabe funcionar maravillosamente en muchos campos apoyada en toda esa sabiduría del propio organismo y en la adquirida a lo largo de su propio desarrollo.

Y también mucho de lo que produce o de lo que lleva a cabo nuestra mente puede ser espontáneo, basado en la capacidad de fluir con lo que ocurre o de permitir expresar lo que sencillamente brota de dentro, que es la esencia de la creatividad y de la verdad de uno mismo. Así ocurre en el campo de lo no conflictivo y, por supuesto, en el de la creatividad. También en situaciones de conflicto diríamos que nuestra mente puede proporcionarnos la sensación de tener conciencia de uno mismo, pero es una conciencia que no pasa de ser automática, al identificarnos sin más con todo lo que pensamos o sentimos.

En el capítulo de la neurología (del libro Mi Gestalt) expondré la posición del eminente neurólogo Antonio Damasio con respecto a su definición de lo que entiende por mente, esto es, a la capacidad de representación interna de imágenes en forma de pensamientos. Allí me remito, pero, de momento, ateniéndonos a un nivel más psicológico que neurológico, creo con Eckart Tolle, y también con Fritz Perls, que la mejor manera de concebir lo que entendemos por mente es como identificación automática con los contenidos egoicos de los propios pensamientos y sentimientos, sean los que sean, a la hora de hacer la Gestalt de determinada situación.

Es la que he llamado «conciencia personal», que ciertamente nos diferencia hasta de los animales más cercanos a la especie humana, que no parecen tener conciencia de su subjetividad, salvo a un nivel muy elemental. Pero lo que nos diferencia más aún del reino animal, y que ya pertenece al reino más elevado de la conciencia relacional, es la capacidad de ensanchar la propia identidad hasta abarcar altruistamente, holísticamente, la realidad del otro en caso de conflicto, propia ya del funcionamiento desde un nivel de nuestro sí mismo. Y desde luego, mucho más allá de esto, está la posibilidad de llegar a darse cuenta de que el último fundamento de nuestra conciencia individual, tanto como del increíble funcionamiento de todo nuestro organismo y nuestra mente, no se explica más que como expresión de la Inteligencia Universal, de la Conciencia Universal, generadora y sustentadora de la vida en todos sus niveles: el nivel «transpersonal» o «espiritual propiamente tal» de nuestra conciencia o nuestro darnos cuenta.

La conciencia de que esto es así, más allá de toda identificación con los contenidos mentales, es la Conciencia con mayúscula, a la que solo tenemos acceso o, mejor diríamos, podemos llegar a tenerlo, los humanos.

Esta Conciencia, que no parece localizable en región alguna de nuestro cerebro, es la que es capaz de ofrecer a la mente una referencia, una guía, la que es capaz de evitar sus desvaríos e incluso de acallarla. Me recuerda la metáfora del Cuarto Camino que equipara la situación del hombre ordinario, inconsciente, a un coche de caballos de esos antiguos, en donde el cochero –que representa la mente– va borracho, los caballos –que son las emociones– andan desbocados, el coche –que es el cuerpo– va dando tumbos, y el pasajero –que es la Conciencia– va dormido. Así que, sin la dirección de la Conciencia, los automatismos de nuestra mente –pensamientos y emociones– nos llevan de tumbo en tumbo. Lo que pasa es que no creo que la conciencia de la que habla aquí el Cuarto Camino sea la conciencia transpersonal o espiritual a la que yo me estaba refiriendo.

Otro autor que siento que es de los que aportan más claridad en este tema de las relaciones entre la mente y la Conciencia es Eckart Tolle.[1] Hago mías muchas de sus consideraciones. Por ejemplo, cuando dice:

La mente es un instrumento soberbio si se usa correctamente. Sin embargo, si se usa incorrectamente, se vuelve muy destructiva. Para decirlo con más precisión, no se trata tanto de que usas la mente equivocadamente: generalmente no la usas en absoluto, sino que ella te usa a «ti». Esa es la enfermedad. Crees que tú «eres» la mente. Ese es el engaño. El instrumento se ha apoderado de ti.

Para Tolle, como para todas las tradiciones espirituales, como para el mismo Fritz Perls, la clave está en la desidentificación. «Deja la mente y ven a los sentidos», nos repite Fritz. Sobre todo a los sentidos internos, más aún que a los externos.

Son los sentidos internos los que nos permiten darnos cuenta del estado energético del propio cuerpo aquí y ahora. El aquí y ahora es lo que cuenta. Es donde, por nuestro darnos cuenta periférico, podemos tener acceso a la brújula biológica como criterio de discriminación. La mente de por sí no distingue: igual nos lleva a identificarnos con sucesos o emociones pasadas que con preocupaciones o temores futuros. Nos lleva a lo que Fritz Perls llama la «zona media», desconectada del presente y fuente, por tanto, de desenergetización. La identificación con esas emociones pasadas o futuras esconde la identificación con los pensamientos que les dan o les dieron origen, porque las emociones, como afirma Tolle, son la reacción del cuerpo a la mente. Y, así, el automatismo neurológico, desconectado de la conciencia del presente, se pone en marcha. ¿Cómo impedirlo, cómo pararlo, cómo protegernos de tal automatismo negativo? La manera generalmente defendida por tantas tradiciones antiguas, y por otras no tan antiguas, consiste en desdoblarnos, situarnos de observador de la propia mente, observador externo a sus contenidos. Es lo de la «conciencia testigo», tan propia de cualquier forma de meditación, lo del pasajero despierto en la analogía de Gurdjieff. Para Tolle, igualmente, se trata de no ser consciente solamente del pensamiento, sino de uno mismo como testigo del pensamiento o, también, en lugar de «observar al observador», simplemente dirigir el foco de la atención al ahora:

Basta con que te hagas intensamente consciente del momento presente. Esto es algo profundamente satisfactorio. De este modo retiras la conciencia de tu actividad mental y creas una brecha sin mente en la que estás muy alerta y consciente, pero no piensas. Esta es la esencia de la meditación.

En efecto, tomarse tiempos para simplemente dejarse estar, percibir lo de fuera y lo de dentro sin juzgar, sin interpretar, conectado al propio darse cuenta periférico en el aquí y ahora, es la esencia de la meditación en cualquiera de sus formas, y además constituye un buen entrenamiento para la meditación en acción, que es también lo más característico y a la vez el horizonte último del awareness gestáltico:

Con el tiempo deberíamos estar autoconscientes y conscientes del objeto todo el tiempo que estemos despiertos.[2]

Esta advertencia del doctor Perls en su primer libro dista mucho de ser una simple recomendación. Más bien yo la entiendo como una invitación a instalar en el propio funcionamiento cotidiano ese hábito de autocuestionamiento de las identificaciones automáticas que lo pueden estar presidiendo. Ello requiere de algún modo el desdoblamiento de uno mismo en observador y observado, o un sentirse al mando de lo que uno vive y no meramente gobernado por el automatismo, fundido con él. El «objeto», en esta cita, puede ser cualquier actividad rutinaria de las que llevamos a cabo sin darnos cuenta todos los días, como lavarnos los dientes, bajar unas escaleras o limpiar la casa. O simplemente el gesto automático de encender la tele y dejarnos inundar pasivamente por sus contenidos. La autoconsciencia claro está que se refiere al darse cuenta periférico del propio cuerpo con la conciencia de estar presente en cada momento. Pero, como advierte Tolle, «no puedes encontrar el momento presente mientras seas tu mente». Solo cuando se vive el presente con conciencia de estarlo eligiendo, uno deja de ser la propia mente. El cultivo de esta capacidad debería de formar parte sustancial de nuestro enfoque gestáltico del darse cuenta. Como también la recomendación y la práctica de la meditación en cualquiera de sus formas.

Entre nosotros. seguramente nadie como Albert Rams ha venido prestando tanta atención a la atención, valga la redundancia, con su personalísima forma de expresarse en sus libros, y más aún con las formas de trabajarla en los grupos de atención que viene organizando desde hace años en contacto directo con un lugar de su elección en la naturaleza. Precisamente, su penúltimo libro hasta ahora lleva por título Gestalt y atención. Albert, que se reconoce deudor temprano de las enseñanzas del Cuarto Camino, parte como este de un enfoque binario, esto es, de distinguir en la persona una instancia que vive (que piensa, que come, que se cabrea, que besa..., pienso que es el hombre «dormido» de Gurdjieff), y otra que se percata de ello, que «se da cuenta», que «se entera» (que sería el pasajero «despierto» en la alegoría del carruaje). Pero por otras influencias, como la del eneagrama de Claudio Naranjo, opta por un enfoque ternario, al añadir a las dos instancias anteriores una tercera, que es la que se percata de lo que no se percata la segunda, de los puntos ciegos en la conciencia que son esencialmente producto del carácter, del eneatipo de cada cual. Es el tema obvio de los diferentes niveles de la atención, de la conciencia o del darse cuenta, sea como sea que los clasifiquemos. Pero en todo caso aquí hay que añadir otro nivel del darse cuenta, el que es capaz de captar la dimensión transpersonal y espiritual de la propia identidad. Por donde volvemos al terreno de la meditación.

Es sabido entre nosotros el énfasis con que Claudio Naranjo subraya en La vieja y novísima Gestalt el parentesco de la Gestalt fritziana con el Zen y con el Vipassana por su suspensión de la conceptualización y por su insistencia en la toma de conciencia de las sensaciones corporales en el presente. Y más allá de esto, por la presencia en la actitud gestáltica de elementos como el desapego y la renuncia a todo apoyo que, siendo característicos de cualquier tipo de meditación, forman parte de algo tan central en aquella como la confianza en la autorregulación organísmica. De hecho, cuantos hemos participado en sus talleres tuvimos la oportunidad de saborear bajo su dirección algunas de las múltiples formas de meditación que él mismo aprendió a conocer y practicar a lo largo de su vida, y de las que nos dejó profundo testimonio en su libro Entre meditación y psicoterapia[3] y más recientemente en Budismo dionisíaco,[4] que recoge las transcripciones de los diversos tipos de meditación que venía proponiendo en los SAT de verano. En esencia, lo importante es la relevancia que otorga a la conciencia, al percatarse, por encima de los contenidos presentes en ella: otra forma de dar prioridad al cómo sobre el qué. Percatarse y espontaneidad, o también percatarse y naturalidad, el modo gestáltico, entendiendo este como una síntesis de espontaneidad y deliberación. Fritz Perls daba mucha importancia a esa síntesis en los últimos años de su vida, y le daba el nombre de «intuición». ¿Y acaso no es el desarrollo de la intuición uno de los principales frutos de la meditación? Jack Kornfield, uno de los más reputados maestros espirituales del budismo en nuestro tiempo, cita en su libro La sabiduría del corazón,[5] como tercer principio de la sabiduría budista, lo siguiente: «Cuando retiramos la atención de la experiencia y la llevamos a la conciencia espaciosa que conoce, surge la sabiduría». La conciencia, por encima de los contenidos.

No puedo dejar de referirme aquí al espléndido libro de Jon Kabat Zinn, Vivir con plenitud las crisis,[6] donde ofrece las enseñanzas sobre mindfulness que viene impartiendo desde hace más de cuarenta años en su Clínica de Reducción del Estrés Basada en la Atención Plena, adscrita al Instituto Tecnológico de Massachussets. Es sin duda el mejor expositor del tema, con

un nivel didáctico y científico de primer orden, orientado directamente a la práctica, y que considero como el mejor desarrollo de cuanto yo trato de transmitir en este libro, y cuya única pega, de serlo, es arrimar a su sardina del mindfulness muchas ascuas que en realidad son patrimonio común de otros muchos enfoques, entre otros el que aquí presento como el potencial oculto en la Gestalt.

Pero al margen de autores, recurriendo a la propia experiencia, y me refiero no solo a la mía, sino a la de cuantos nos hemos asomado en mayor o menor medida al mundo de la meditación, ¿qué podemos decir de los múltiples beneficios que de su práctica hemos obtenido? Creo que el mayor de todos para mí es la sensación de tener en el propio interior un refugio en el que recogerse, un sitio al que acudir, en donde encontrarse a uno mismo, o con uno mismo, o con un nivel de uno mismo –no siempre, ya se sabe–, que le permite a uno recuperar perspectiva respecto de la agitación cotidiana o de la circunstancial, y revivir sensaciones de honda alegría, de paz y de sentido, que uno siente que provienen de estar percibiendo la propia vida y la vida en general como algo sagrado, un algo insertado a su vez en un Algo infinitamente más grande en donde uno puede descansar, por reconocer en Él la más íntima y última morada de todos y de todo. A mí me encanta en este sentido la idea del Misterio. Vivimos rodeados de misterio, la vida es misteriosa, y la Vida mucho más aún. Todo es misterioso, si sabemos verlo así. Por tanto, poder descansar en el Misterio, dejarnos mecer en él, abandonándonos en confianza a lo que en último término podemos intuir como el principio y el fin de cuanto somos y de cuanto existe.

Ahora bien, vista la importancia que todos los autores conceden a las emociones y los sentimientos en la percepción de la realidad y en la toma de decisiones, me parece indispensable que la resolución mental de cuestionar cualquier tipo de pensamientos y actitudes sospechosamente negativos ante determinadas situaciones venga apoyada por una adhesión emocional incondicional y confiada, rayana en lo religioso, al compromiso personal con la responsabilización por la propia vida, con la fidelidad a la voz de la autenticidad y la verdad por encima de todo, con la guía interior, corporal, del «sentimiento de uno mismo» entendido de la forma orgánica y holística, superadora de todo egocentrismo, que me he esforzado por explicar en estas páginas. Supongo que eso es a lo que Fritz Perls se refería cuando hablaba de «tener un centro» como «el estado más elevado al que puede aspirar un ser humano». Para mí, el estar conectado con ese centro es perceptible como una sensación global de paz, de presencia, de serenidad, y de energía en todo el cuerpo, pero más particularmente localizada en forma de calor y expansión irradiante en el centro del pecho, en la zona del corazón. Y creo que esta sensación está estrechamente unida a ese núcleo central de nuestra terapia Gestalt, que es la confianza en la autorregulación organísmica, entendida en su más amplio sentido, y que es, de albergar alguna, la vía de acceso por donde poder abrirnos al mundo de la espiritualidad.

Ceo que este es el lugar de insertar una referencia a un par de pequeños libros de quien me parece el mejor expositor de la doctrina del Cuarto Camino: Maurice Nicoll, autor de los cinco volúmenes de Comentarios psicológicos sobre las enseñanzas de Gurdjieff y Ouspenski.[7] Los libros se titulan El nuevo hombre. Una interpretación de las parábolas y milagros de Jesucristo,[8] y La flecha en el blanco.[9] Sabido es que Gurdjieff etiquetaba sus enseñanzas como un «esoterismo cristiano». Él mismo tuvo una profunda inquietud teológica. Y Nicoll, hijo a su vez de un pastor protestante, tenía un sólido conocimiento no solo de los Evangelios y el Nuevo Testamento como tales, sino incluso de su lengua originaria. ¿Por qué se me ocurre a mí meter aquí esta referencia? Pues porque el tema tiene para mí profundas resonancias biográficas debido a mis diez años de pasado jesuítico. En la interpretación que Nicoll propone de temas evangélicos tan centrales como las parábolas del Reino de los Cielos o el tema paulino de la metanoia, el paso del hombre viejo al hombre nuevo, he encontrado yo una explicación a ese tránsito en mi vida, de un compromiso más literal con el Evangelio a este otro, mucho más profundo y libre, como psicoterapeuta, de compromiso con la Conciencia.

En el fondo, en la visión de Nicoll, todo cuanto se dice en los Evangelios, en las parábolas del Reino de Dios o del Reino de los Cielos, por no tomar más que un tema entre otros, es aplicable al Reino de la Conciencia en nuestro interior: «He aquí que el Reino de Dios dentro de vosotros está» (Lucas 17, 20). No es cosa de reproducir aquí por extenso las argumentaciones de Nicoll, que se basan en la convicción de que el Jesús histórico, lo mismo que el Bautista, debieron de tener contacto con alguna secta esotérica, como las de los esenios asentada en el mar Muerto, seguramente relacionada con los papiros del Qumrán descubiertos en los años cuarenta o cincuenta del siglo pasado. De ahí, el tratar de encontrar el sentido esotérico por debajo de la literalidad de los textos. Básteme con mencionar algunos puntos que pueden resultar sugerentes incluso a quienes no estén familiarizados o alberguen fundados prejuicios frente a este mundo que suena demasiado «eclesiástico». Jesús reclamaba una entrega total al mensaje que Él representaba:

–Ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme.

–Señor, deja primero que vaya a enterrar a mi padre.

–Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.[10]

Si alguno viene a mí, y no pospone a su padre, y su madre, y su mujer, y los hijos y a los hermanos y las hermanas, y aun la propia vida, no puede ser discípulo mío.[11]

Quien quiera salvar su vida la perderá. Y quien pierda su vida por causa mía y del evangelio la salvará.[12]

Buscad primero el reino de Dios y su justicia [mejor traducir por «santidad» o «perfección»], y todo lo demás se os dará por añadidura.[13]

Y en las parábolas se compara la palabra de Dios con siembra, ya que mucha simiente se pierde entre las piedras, o es pisoteada en el camino, o se la comen las aves, y solo una parte cae en «buena tierra» y da más de lo que sembró. También se compara el Reino de los Cielos con el grano de mostaza, la más pequeña entre las simientes, que luego crece hasta convertirse en un gran árbol donde anidan las aves del cielo. O con la levadura, capaz de fermentar toda la masa. O con el tesoro escondido en el campo, que un hombre descubre y lo esconde de nuevo y vende todo lo que tiene para adquirir ese campo. O con la perla preciosa que encuentra una mujer, la cual vende cuanto tiene para poder comprarla.

Otro tanto cabe decir de la valoración que podemos hacer de la riqueza de crecimiento que esconde la entrega incondicional al imperio en nuestra vida de la Conciencia, de la autenticidad de nuestro ser, en vez de seguir manejados por el capricho y la dispersión de los propios mecanismos.

El tránsito del hombre viejo al hombre nuevo consiste en eso, en ese compromiso radical con la Conciencia después de haber intuido la incomparable riqueza que se esconde tras la necesaria renuncia a lo que no es ella. Ese es el sentido de la expresión del Bautista a orillas del Jordán: «Arrepentíos», aunque una traducción justa de la expresión griega «μετανοιέτε» sería «cambiad vuestra mentalidad», «cambiad vuestra mente». «Buscad primero el Reino de Dios y su perfección, y todo lo demás se os dará por añadidura»... Al final, como en Gestalt, la confianza. Digo todo esto porque me lo ha evocado lo de un compromiso cuasi religioso con uno mismo, que me salió decir antes de meterme en esto.

Volviendo ahora a otros niveles menos elevados, hablando de meditación y la relación con uno mismo, la experiencia meditativa puede favorecer el darse cuenta, explícitamente o de forma refleja, de que cuidar de uno mismo es la principal responsabilidad que tenemos encomendada. Aprovechar la experiencia meditativa para aceptar el principal encargo que todos tenemos: el de cuidar de uno mismo como si de cuidar de un hijo se tratara; llegar a ser papá y mamá de uno mismo, con la misma atención y cuidado. Lo que a la vez es la forma de reducir al mínimo la propia dependencia.

Cuidar de uno mismo significa muchas cosas que tienen que ver con el darse cuenta en sentido amplio. Por lo pronto, adquirir un conocimiento suficiente de cómo funciona el propio organismo. Este es lo suficientemente complejo como para que nos interesemos por algo así como conocer un poco el manual de instrucciones.

Es lo que he intentado con asomarme un tanto arriesgadamente al mundo de la neurología. Pero la cosa es mucho más amplia, en realidad implica todo el inabarcable campo del funcionamiento de nuestro organismo. Creo que la terapia debería ser un buen lugar donde fomentar orientaciones para ello. De igual manera, no creo que los juegos de los que por lo general se echa mano en los talleres de darse cuenta en la formación en Gestalt sean lo más adecuado para transmitir a los participantes toda la dimensión de este eje de nuestra terapia y clave de la propia vida.

Al menos, no todos esos juegos, y al menos juzgo necesario introducir elementos que inspiren la necesidad de ampliar activamente el propio darse cuenta, alguna referencia neurológica, o relativa a la respiración, o claves incluso transpersonales de la relación con uno mismo, como las aludidas, capaces de despertar en ellos un atisbo de su importancia. Y también en la misma línea el cuidado del cuerpo de múltiples maneras. Todo ello como parte del concepto gestáltico de la responsabilidad y la idea del sí mismo en toda su amplitud.[14] Al campo mencionado de la relación con uno mismo y el cuidado propio pertenece en mi opinión, como parte del darse cuenta activo con uno mismo, algo tan necesario como el darse a uno mismo mensajes positivos. Lo necesitamos, lo mismo que un niño o una niña necesitan el afecto, el apoyo y la aprobación de sus padres.

El efecto es casi instantáneo, al igual que el de los mensajes negativos. Recordemos los impresionantes resultados de las investigaciones del doctor Masura Emoto sobre el efecto radicalmente distinto que producen los pensamientos positivos y negativos en la forma de cristalizar gotas de una misma agua: o cristales hexagonales de una singular y variada belleza, o formas desorganizadas, oscuras, de una llamativa fealdad. Todo, hasta lo más aparentemente inanimado como el agua, es sensible a las emanaciones energéticas, y reacciona de la forma más bella posible bajo el influjo de cuanto sean energías positivas, aunque no sea más que una palabra positiva adherida por fuera al tarro de cristal que la contiene.

Y pensemos que nuestro cuerpo se compone de agua al menos en un setenta por ciento... Los hechos nos hablan inequívocamente de una vinculación, de una interconexión, entre todo cuanto existe. Una interconexión basada en las energías positivas, en la energía del amor. Todos sabemos hoy de la sensibilidad de todo tipo de plantas y animales a los mensajes, las intenciones y los cuidados amorosos.

Así pues, la diferencia entre pensamientos o mensajes positivos o negativos en términos de salud y bienestar es abismal. La neurología da razón de ello con claridad, como veremos en su momento. ¿Acaso nuestras células no son también sensibles a este tipo de energías? Solemos hablar de las buenas y las malas vibraciones, con frecuencia con un gesto de escepticismo y de desdén. Pero la realidad es que nuestras células son seres vivos, sensibles a todo influjo ambiental interno y externo, como veremos en el capítulo siguiente, y ellas son en último término el agente y el soporte de la vitalidad de nuestro organismo. Si aprendiéramos a respetarlas por lo que son, tal vez desarrollaríamos una forma de relacionarnos con ellas que supondrían el enviarles mensajes amorosos, capaces de fomentar en ellas sus mejores opciones de activación de sus genes en beneficio propio y del bienestar del conjunto.

He tomado esta idea de enviar mensajes amorosos a nuestras células de Gary Zukav, el autor del superventas de divulgación de las ideas de la física cuántica La danza de los maestros. La física moderna al alcance de todos.[15] Años después Zukav publicó otro libro absolutamente recomendable, El lugar del alma,[16] esencialmente espiritual y en la línea de la necesidad de hacernos conscientes de que con nuestros pensamientos, nuestras actitudes o nuestra «intención» conformamos la propia vida. No solo eso, sino que desde esos pensamientos, actitudes e intenciones, aun inconscientes, atraemos las energías y las experiencias acordes con ellos. Y así podemos quedarnos anclados en los niveles materiales o podemos elevarnos al nivel espiritual que corresponde a la realidad de nuestra alma.

Otra manera de hacerse un favor a uno mismo, practicando el carácter activo del propio darse cuenta, es, como antes sugería, cultivar el agradecimiento. Ante todo, el agradecimiento a la Vida que me sostiene, a su Sabiduría, a la vocecita interna que me recuerda mi Ser, esa «conciencia intrínseca» de la que habla Maslow,[17] que me avisa, a través de leves sensaciones de culpa o vergüenza, de cuándo me estoy olvidando de la verdadera perspectiva. Agradecimiento a la posibilidad de colaborar en crearme a mí mismo y de ayudar a atraer más conciencia a este mundo tan necesitado de ella, seguramente hoy más que nunca antes. También la gratitud por tantas otras cosas, como dije, por la belleza del mundo, por el aire que respiramos, por tanta admirable manifestación artística, por tanta gente que tanto me han aportado y me siguen aportando. Es cuestión de saber a dónde mirar, si al vaso medio lleno o al vaso medio vacío. Depende de la propia elección, depende de cómo manejemos nuestra capacidad de darnos cuenta.

Creamos lo que creemos. Es lo de las profecías autocumplidas. Somos creadores de la propia realidad. Este, en resumen, me parece que es el alcance del que debiera estar imbuido nuestro darnos cuenta. Y este creo que debiera ser el sentido del darse cuenta que nos toca transmitir a nuestros alumnos y pacientes. Un darse cuenta estrechamente vinculado a la actitud.

Notas bibliográficas:

  1. E. Tolle, El poder del ahora, Gaia Ediciones, Móstoles (Madrid), 11a edición, 2001; Practicando el poder del ahora, Gaia Ediciones, Móstoles (Madrid), 7a edición, 2016; Un nuevo mundo ahora, Penguin Random House, De Bolsillo, Barcelona, 13a edición, 2016.

  2.  YHA.

  3.  C. Naranjo, Entre meditación y psicoterapia, Ediciones La Llave, Vitoria, 1999.

  4. C. Naranjo, Budismo dionisíaco. Meditaciones guiadas, Ediciones La Llave, Fundación Claudio Naranjo, Barcelona, 2014.

  5. J. Kornfield, La sabiduría del corazón. Una guía a las enseñanzas universales de la psicología budista, Editorial La Liebre de Marzo, Barcelona, 2009.

  6. J. Kabat Zinn, Vivir con plenitud las crisis, Editorial Kairós, Barcelona, 2016.

  7.  M. Nicoll, Comentarios psicológicos sobre las enseñanzas de Gurdjieff y Ouspenski, Editorial Kier, Buenos Aires, editados y reeditados en múltiples ocasiones desde 1952 hasta nuestros días.

  8. M. Nicoll, El nuevo hombre. Una interpretación de las parábolas y milagros de Jesucristo, Editorial Yug, México, 8a edición, 1994.

  9. M. Nicoll, La flecha en el blanco, Editorial Estaciones, Buenos Aires, 1994.

  10. Mt. 8, 21-22; Lc. 9, 59.

  11. Lc. 14, 26; Mt. 10, 37.

  12. Mc. 8, 35; Lc. 9, 24.

  13. Mt. 6, 33; Lc. 12, 31.

  14. P. de Casso, RTG, número 26, 2006, págs. 143-149.

  15. G. Zukav, La danza de los maestros. La física moderna al alcance de todos, Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1981.

  16. G. Zukav, El lugar del alma. Novísimas indagaciones sobre la esencia del espíritu humano, Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1990.

  17. A. Maslow, El hombre autorrealizado, Editorial Kairós, Barcelona, 1972, pág. 34.

Anterior
Anterior

Una guía evolutiva hacia la felicidad por Bill von Hippel, autor de 'El salto social'

Siguiente
Siguiente

Chögyam Trungpa: El karma, la compasión y los tiempos oscuros