Ficciones que ocultan y sanan: la importancia de lo que nos contamos ante la muerte

Joan Halifax, autora de Estar con los que mueren, reflexiona en este fragmento de su libro acerca del relato que nos contamos acerca de nuestra propia muerte y de la importancia que puede tener cuando tenemos que afrontarla. Halifax se pregunta por el sentido de “la muerte digna”, cuando en muchas ocasiones resulta difícil, sino imposible, lograrla. Sin embargo, a pesar de todo, como afirmará la autora: «Las historias le dan sentido a nuestro sufrimiento, profundidad a nuestra muerte, perspectiva a nuestro duelo. Pueden abrir una puerta o mostrar un camino».

Cuando era joven y estaba preparando mi doctorado, pasé cierto tiempo en el hospital con una mujer mayor que tenía cáncer de pecho. Justo antes de morir me dijo que nunca se puede saber realmente lo que es morir hasta que te pasa. Sus ojos dijeron incluso más que sus palabras. Todas esas historias que se había contado en su día acerca de la forma en la que iba a morir quedaron hechas añicos frente a la realidad de cómo estaba siendo realmente su muerte.

Podemos familiarizarnos con la fisiología, la psicología y la espiritualidad del morir, pero no podemos conocer la muerte hasta que nos pasa. Sin embargo, podemos reconocer el territorio. Podemos investigar las muchas pequeñas muertes y nacimientos que experimentamos en la vida diaria explorando la pérdida, el cambio y la impermanencia. Podemos intentar equilibrar nuestra mente a través de la práctica espiritual. Y podemos escuchar las historias que nos contamos a nosotros mismos acerca de la muerte y quizá aflojar el nudo que nos ata a esas historias profundizando en cada una de ellas hasta su mismo núcleo.

Es comprensible que muchos de nosotros intentemos dar un rodeo ante la certeza de que algún día vamos a morir. T.S. Eliot señala que los humanos «no podemos soportar demasiada realidad».

En lugar de prepararnos para la muerte, podemos tratar de controlarla o de evitarla contándonos historias acerca de vivir hasta una edad avanzada con la esperanza de sentirnos más sólidos, más seguros, más tranquilos. Dichas historias pueden ser cuentos dañinos o pueden ser lo que el psicólogo James Hillman denominó «ficciones que curan», historias que nos ayudan a encontrar el sentido de vivir y de morir. [1]

A modo de ejemplo, si creamos una historia de que la muerte es una tragedia y una derrota, esto puede teñir nuestra experiencia de la muerte y nuestras relaciones con las personas que están muriendo. Si, por el contrario, creamos una versión de la muerte como una gran aventura y resulta que al aproximarnos a la muerte nuestras facultades mentales y físicas disminuyen y nos sentimos mal, quizá nos preguntemos qué ha ocurrido con nuestra supuesta «buena muerte».

No sabemos cómo o cuándo moriremos; ni siquiera mientras estemos agonizando. La muerte, en todos sus aspectos, es un misterio, y nuestras historias bien podrían abrir la puerta a lo desconocido o llevarnos al engaño a nosotros mismos y a los demás.

Una amiga que tenía casi noventa años, una optimista de cabellos desordenados, sintió que su partida estaba cerca. Su corazón estaba haciendo esfuerzos para seguir el ritmo. Pero ella tenía una perspectiva divertida y en cierto sentido romántica de su muerte, y quería morir rodeada de sus amigos más jóvenes. De hecho, quería una fiesta. Una voluntad indomable se abría camino a través de su insuficiencia cardiaca. Si alguien podía planear un escenario de muerte, era ella. Sin embargo, lo que ocurrió es que murió una noche mientras dormía, libre de su historia. Sus amigos experimentaron cierta decepción al saber que se había ido felizmente sin ellos. Pese a todo, celebraron la fiesta.

Un hombre joven con el que estuve trabajando sintió que ya estaba preparado para morir y dejó de tomar su medicación con la idea de que moriría «dignamente» pocos días después. Aunque le dijimos que el cuerpo muere en su momento y que no se podía saber qué iba a ocurrir, nuestro consejo le resultó difícil de aceptar y se mantuvo firme en su historia de que su muerte sería rápida y heroica. A medida que pasaban los días y no moría, se fue tornando cada vez más triste. Se había despedido valientemente de su familia y de sus amigos, estaba preparado para morir y no quería que las cosas se prolongaran.

Cuatro meses más tarde su paciencia se había puesto realmente a prueba y ya no le quedaba nada. Su muerte no iba a suceder como él quería, y sintió que su «historia» le había traicionado. Ningún grado de presencia, de apoyo, de amor ni de sentido común pudo apaciguar su ira mientras iba transformando su historia en otra; esta vez la de él siendo una víctima. Había perdido el control sobre su muerte junto con todo lo demás de su vida.

Aquellos que le estábamos cuidando hicimos todo lo que pudimos para estar ahí mientras él luchaba con la frustración y con el dolor físico. Era un hombre joven que siempre había hecho planes con todo detalle y los había llevado a cabo hasta el final. Ahora esa misma energía se había convertido en un obstáculo a la hora de vivir su muerte. Él había estado presente en las supuestas buenas muertes de amigos y esperaba que su muerte fuera como la de ellos. Tenía una idea clara de cómo debían ser las cosas, pero no estaban saliendo de esa forma. Al final, en la que resultó ser la mañana de su muerte, tras una difícil batalla definitiva contra las ideas que se oponían a su realidad, por fin se rindió del todo.

Mientras cuidaba a este joven, yo me preguntaba si existe realmente algo como una «buena muerte». Yo no podía considerar su muerte como buena o mala. Lo hizo a su manera, y en retrospectiva, aunque hubo momentos duros para él y para nosotros, fue un viaje increíble. Sentí respeto por su extraño valor.

Cada persona muere a su manera. Desde cierto punto de vista, el joven cuya historia acabo de relatar pareció morir demasiado tarde. Pero ¿fue en verdad demasiado tarde? Quizá el cambio de su historia de héroe a víctima le llevó a una tercera perspectiva, una que estaba libre de bueno o malo, héroe o víctima.

Mientras sus últimas horas fueron sucediendo, todo fue desapareciendo, incluido su sufrimiento, incluida su historia. Se deslizó bajo la ola de la vida y se sumergió, fuera de la vista. Al final, yo no podía juzgar su viaje. Simplemente sentí amor por mi joven amigo y con el paso de los años mi respeto hacia él ha ido creciendo.

El concepto de una buena muerte puede imponer una presión insoportable sobre las personas que están muriendo y sobre los cuidadores y nos puede alejar del misterio de la muerte y de la riqueza del no saber. Nuestras expectativas acerca de cómo debería morir una persona pueden dar lugar a una coerción sutil o incluso directa. ¡Y nadie quiere que le juzguen por si ha muerto bien o no!

Joan Halifax, autora de Estar con los que mueren.

La «muerte digna» es otro concepto que se puede convertir en un impedimento ante lo que está ocurriendo realmente. La muerte puede ser muy poco digna.

Con frecuencia no es digna en absoluto, con sábanas sucias, fluidos corporales, agitación, desnudez y extraña sexualidad, confusión y palabras duras; algo bastante común durante el proceso de muerte. Las historias que nos contamos a nosotros mismos –buena muerte, morir con dignidad– pueden ser versiones desafortunadas que utilizamos para protegernos de la verdad a veces dura y a veces maravillosa de la muerte.

Nuestras muertes pueden ser también puentes hacia la libertad. Hay muchas historias muy poderosas sobre el morir y sobre «muertes iluminadas» que nos dejan con una inspiración y una determinación renovadas.

Existen muchas experiencias extraordinarias de las muertes de grandes maestros que han inspirado e influido para siempre en sus estudiantes. Las historias sobre los casos de muertes agraciadas de amigos nos recuerdan que la muerte nos puede enseñar aspectos sobre la fortaleza del espíritu humano y sobre la posibilidad de que morir sea realmente una liberación. Estas historias pueden ser legados muy vivificantes.

Las historias le dan sentido a nuestro sufrimiento, profundidad a nuestra muerte, perspectiva a nuestro duelo. Pueden abrir una puerta o mostrar un camino. He aprendido una y otra vez que resulta liberador sacar a la luz nuestras historias mucho antes de estar muriendo, y después abandonar todos esos relatos mientras se despliega la presencia de lo que está pasando realmente.

Por lo tanto, sé consciente de las historias en torno a la muerte; las historias que nos contamos a nosotros mismos, las historias que nuestra cultura nos cuenta, las historias que nuestras instituciones médicas han inventado. Dirige tu conciencia hacia lo que te puedas estar contando sobre la muerte y el morir. Familiarízate con la forma en la que te escudas ante la certeza de la muerte mediante determinadas ideas o cómo puedes hacer que la historia se convierta en una balsa que te lleve a la otra orilla.

Aprende a acceder a ese espacio interior en calma donde reside la sabiduría, esa sabiduría que nos permite cuestionarnos, ver y aprender de todo lo que nos rodea y lo que está en nuestro interior. Esta sabiduría abarca la historia, puede darle forma; pero no es la historia.

Mientras estaba muriendo, una mujer expresó su alivio al ver que todos aquellos a su alrededor estaban muy tranquilos. La salvaje lucha por encontrar una cura para su cáncer la había llevado a muchos extremos mientras se aferraba a su historia de que moriría por la edad. Al acercarse más a su muerte aún sentía ese impulso de buscar. Entonces, un día, en un instante, se detuvo. Simplemente, su agitación llegó a su fin. Aquellos que nos encontrábamos con ella sentimos ese cambio como si se hubiera unido a nosotros como una isla que se desliza hacia un continente estable. Por fin se resolvió a morir, con una historia de aceptación que respaldaba su viaje hacia lo desconocido. La nueva historia de esta mujer le proporcionó la fuerza para dejarse ir.

Nuestra práctica del no saber apunta hacia una apertura en la perspectiva, una apertura más profunda que una historia, más profunda que nuestras expectativas, más profunda que nuestros deseos, más profunda que nuestra personalidad, más profunda que nuestros modelos culturales.

Estar con aquellos que están muriendo nos ofrece una valiosa oportunidad para cuestionarnos todas nuestras historias, abandonar las versiones perjudiciales antiguas que ya no nos sirven y transformar nuestras historias en ficciones sanadoras que nos ayuden a estar presentes en nuestra vida y en nuestra muerte.

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Notas:

  1. James Hillman, Healing Fiction (Nueva York: Spring Publications, 1994).

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